Una vez terminada la lectura de "El niño con el pijama de rayas", no puedo obviar la reflexión de a qué factores puede deberse su éxito.
El primero puede ser su aparente sencillez envuelta con el papel de regalo de la inocencia. Ambos elementos van de la mano de su protagonista, Bruno, que con sus reflexiones y preguntas, recordando al personaje de Quino, Mafalda, nos hace llegar a un final triste y repleto de moralina con el que nos podemos identificar.
Una simple valla, un muro que separa dos mundos antagónicos que Bruno atraviesa siguiendo a su amigo judío Shmuel buscando al padre de éste. La valla es un recurso literario muy cinematográfico por su efectismo. Del pijama de rayas pasamos al protagonismo de la valla de los muros siempre existentes visibles y no visibles, a pesar del deseo final, ¿falso naif? del autor John Boyne "de que nunca más existirán".
Otro factor es la excelente puesta en escena de todos los personajes. Cada uno porta "un disfraz", que tanto gustaban a Bruno. El Padre, la Madre, la hermana Gretel adolescente, los abuelos, María la sirvienta, el judío camarero antes médico, Pavel, el odioso teniente Kotler...todos representan a la perfección sus papeles no sólo en la vida de Bruno sino en la Alemania de la época y en el holocausto.
El tercer factor es el recurso de un cierto sentimentalismo que podemos o no aceptar.
En suma, contiene todos los elementos del bestseller, pero no por ello debemos rechazarlo para disfrutar de su lectura, y más ahora en el verano pues es perfecto para leer junto a la piscina, o en el invierno si vas en el metro.
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